Es muy duro ser pobre en la Patagonia.
Se sabe que es duro ser pobre en todos lados. Pero imagínense ustedes vivir sin gas, sin agua y sin cloacas en ciudades donde en otoño llueve durante tres meses seguidos y en invierno hacen 10 grados bajo cero y se acumulan 30 o 40 cm de nieve y hielo. Vivir en casillas de madera y chapa, calefaccionándose con leña, siempre robada o furtiveada, o quemando lo que uno encuentre, en lo alto de la meseta (los barrios pobres están siempre en los lugares más altos y más inhóspitos de la meseta), en una región famosa por su viento que sopla a más de ochenta kilómetros por hora por días o semanas. Imagínense vivir a cuarenta minutos del centro, en un lugar en el que el cole pasa una vez por hora, a horarios impredecibles, y donde hay que esperar cuarenta minutos debajo de la lluvia o la nevisca.
En los barrios de casillas de las ciudades patagónicas (que tienen nombres como “El Cañadón de las Cabras,” “El Buenos Aires Chico” o “Toma 15″) hay, cada invierno, decenas de muertes por monóxido de carbono e incendios, ya que la leña o el carbón se queman, en general, en tachos o braseros.
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Buena nota cabeza.
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